Entre malambo, rave y pericón: de festejo


Analía Melgar


En medio de los festejos patrios en Argentina 2010, simultáneamente, de manera más silenciosa, otros festejos también suceden. El Portón de Sánchez, sala teatral ubicada en el barrio del Abasto, atraviesa su cumpleaños número 10, aunque por cuestiones domésticas todavía no hay fecha para torta y soplar velitas. Se trata de un espacio ya clásico –pese a su relativa corta edad– ubicado en un viejo depósito, remodelado en el año 2000 para allí dar funciones y dictar clases. La dedicación artística de sus dueños y responsables –el director Roberto Castro y la coreógrafa Roxana Grinstein– ha marcado la programación que es la verdadera responsable de la fama ganada por el lugar. El Portón –como se lo conoce, cariñosamente– no es un lugar especialmente lindo, ni iluminado ni perfumado. En el espacio que cobija espectáculos y 120 espectadores por función, impera un inconfundible olor a humedad. Sin embargo, buena parte del teatro independiente de Buenos Aires pasa por ahí. Y, sobre todo, es una de las pocas salas que programa danza contemporánea con regularidad, y en días y horarios centrales.















Así, mayo de 2010 da lugar a un nuevo estreno en el Portón de Sánchez: Criollo, del coreógrafo Gerardo Litvak, después de más de un año de proceso de ensayos, y postergada presentación.

Como integrante del staff de profesores del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA) y del Centro Cultural Ricardo Rojas, Litvak realiza obras con frecuencia casi anual. Pero sus creaciones más sustanciosas le toman más tiempo. Las últimas fueron, en 2007, Casa (urgencia de la intimidad de los espacios), interpretada por la bailarina Gabriela Prado: una reiteración exasperada de movimientos mecánicos sobre un escenario concebido como una pasarela; y antes, en 2005 presentó Un monstruo y La chúcara: un dúo fabuloso en el que Prado y el bailarín Pablo Rotemberg construyen sendos personajes desmesurados y adorables.

Otras obras de Litvak sucedieron entre 2007 y 2010, pero la contundencia de un proyecto original, decidido, preciso y elaborado con dedicación recién vuelve a verse en 2010, con Criollo. Aquí, todas las decisiones colaboran para configurar la fuerza de este estreno.

1. Los bailarines son un cuarteto masculino, combinación poco frecuente en la danza escénica occidental, donde reinan las mujeres, restando oportunidad de ver las particularidades que sus compañeros del otro sexo son capaces de darle a la danza. En Criollo bailan: Mauro Cacciatore, Víctor Campillay, Esteban Esquivel y Luis Monroy.














2. Los cuerpos masculinos aparecen en Criollo subrayando la cualidad de lo masculino. Mientras la danza contemporánea del siglo XXI –en especial, en Europa; en Argentina esto tiene repercusiones– tiende a desdibujar las diferencias entre cuerpos de hombres y de mujeres, a menudo poniendo en tensión todo contraste, inclinándose hacia cuerpos andróginos, aquí la obra arranca con cuerpos que recuperan ciertas características tradicionales: enérgicos, tensos, veloces, aplomados, acaso rudos, distantes y a la vez cómplices.

3. La música está mayormente tomada del acervo popular argentino: ritmos de malambo, cumbia, tango, pericón. Tanto la música como la danza (el vestuario, también: sobrio) son experimentadas con su tono serio y elegante que la mayoría de esos ritmos propone en su contexto original. De esta manera, Criollo no se vuelca a la tendencia del 80% de las obras de la cartelera porteña, que es la ironía: aquí no hay burla del malambo, sino una danza apoyada en el código del malambo.

4. Es estilo de Gerardo Litvak explotar el potencial específico de los elaborados cuerpos de los bailarines. A diferencia de colegas de la danza contemporánea que tienden a dejar de lado las capacidades cultivadas por los bailarines a través de años de formación y a preferir la simulación de cuerpos cotidianos, en Criollo, Litvak, como lo ha hecho en otras obras, exige a sus intérpretes la mostración de su poder, expresado en rapidez, precisión, resistencia física, explosión energética, formas extraordinarias, dinámicas sorprendentes.

Hay otros puntos destacables, pero todos se integran en la característica predominante en esta nueva gran obra de Litvak: es una obra pensada. El ritmo interno de Criollo es agotador para los que lo ejecutan, y acaso repetitivo para los espectadores. También esta saturación no parece estar al azar, sino responder a una elección. Cada elemento ha sido meditado y seleccionado.

Se manifiesta en Criollo el peso del tiempo transcurrido en interminables ensayos. Ese tiempo se advierte, entre otros logros, en la uniformidad de los movimientos que los cuatro bailarines realizan. Provenientes de escuelas diferentes (clásica, contemporánea, tango, folklore), la labor de Litvak ha conseguido una fusión entre todos ellos, sin que por eso se desdibujen las individualidades. Las contexturas físicas, rostros, cortes de cabellos, todo colabora a marcar, en la dirección contraria, las particularidades de cada uno. Esto se realza en las expresiones que cada uno sostiene a lo largo de la pieza: sonrisa amable, gesto adusto, curiosidad al interior de la escena, comunicación hacia el público… La danza los une; las miradas los distinguen.

Criollo es, efectivamente, una revisión sobre este concepto tan escurridizo y tan propio de las regiones del Río de la Plata y la Pampa. ¿Qué es lo criollo? ¿Dónde está la identidad nacional; es criolla? ¿Y la identidad masculina? Mostrando lo polisémico de este asunto, Litvak va al pasado de las tradiciones y las asocia con danza contemporánea y con el pulso actual de la música electrónica; coloca en el centro del escenario a cuatro hombres que actúan de hombres, no sin deslizar guiños muy sutiles entre ellos, y movimientos ondulantes que desmienten la construcción monolítica del ser hombre, sin conducirla tampoco a la malamente feminista pretensión de que tal cosa no existiera.

A tono con la época, esta obra aprovecha los ecos de los festejos por la patria, y festeja el cumpleaños de El Portón de Sánchez, festeja el regreso de lo mejor de Gerardo Litvak, y festeja, también, la danza.



Fotos: José Carracedo.